Por Ricardo Bustos
Cada mañana, cuando recorro el país desde la computadora, aparecen en las páginas de los Diarios y sitios de Internet, noticias que nos hablan sobre desapariciones de menores de edad y lamentablemente cada día aumenta la cantidad de casos.
Se habla mucho de inseguridad en todos los medios y a toda hora, pero no escucho autocríticas por parte de los progenitores de esos mismos menores que aparecen como «desaparecidos». La edad de los chicos generalmente va de los 13 a los 16 años y para buscarlos se requiere de una logística por parte de las fuerzas de seguridad que implica gastos extras en horas hombre, combustible y abandono de guardias permanentes que permiten proteger un poco al resto de los ciudadanos.
Los mismos medios que informan sobre la desaparición de esos menores, luego de unos días, nos muestran la imagen de la aparición sanos y salvos y la alegría que ello produce en los padres, por lo tanto, nosotros como lectores y padres o abuelos, compartimos ese momento.
No tengo derecho a emitir opinión con respecto al rol de los padres ante esta situación, pero si como ciudadano a reclamar responsabilidad y compromiso de los padres hacia esos hijos que, por algún motivo abandonan el hogar sin informar absolutamente a nadie del entorno hacia donde se dirigen. Una vez que vuelven a su casa y por ser menores, obviamente nos quedamos con la intriga de saber si han sufrido algún tipo de problemas o cual fue el detonante de esa huida con la poca experiencia de vida que tienen los adolescentes a la hora de buscar un camino alternativo porque en sus hogares algo no está funcionando bien.
En el año 2015, el Consejo de Niños, Niñas y Adolescentes a nivel nacional informó que el 70% de los casos de fuga en adolescentes se debía a que los jóvenes habían discutido con sus padres.
Para la psicopedagoga Mónica Coronado “Este tipo de situaciones de fuga suele ubicarse en la pubertad, en la primera adolescencia. Este período en el chico/a marca el fin de la infancia, por lo que hay que entender que es una época donde hay mucha perturbación a nivel hormonal que a veces hace un tanto impredecible la conducta o comportamiento de los chicos. Es normal entonces verlos que pasan de un estado anímico de mucha euforia, a otro de tristeza; o de tener un alto grado de omnipotencia, en donde todo lo pueden, saben y quieren, a sentirse totalmente desprovistos de autoestima. Es la etapa de mayor vulnerabilidad porque es el paso de la infancia a la adolescencia”.
“El proceso de la pre-pubertad hace que los chicos confronten mucho con los padres, y sobre todo con las normas. Están en una edad en la que la transgresión de la misma es un proceso de construcción de la propia personalidad.
Para la psicóloga y escritora Beatriz Goldberg, autora del libro “Cómo estimular al adolescente de hoy”, en los padres tiene que primar el diálogo con los hijos. En muchos casos, y en determinadas familias, no lo hay y además faltan límites. Se actúa directamente cuando algo sucede. Además es bueno que se estimule al adolescente en aspectos que le sumen para potenciar la autoestima, en una etapa de transición que lo torna más complejo. Incluso a veces los chicos sienten temor (por factores externos) a ser fracasados, y algunos padres incentivan esto generando presión en sus hijos para que sean los mejores en lo que ellos no pudieron, se trate de estudios, deportes o habilidades, algo que termina generando frustración y forma parte de algunas de las causas que pueden guiar la decisión de huir del hogar”.
El gran problema de los pre-adolescentes es no tener adultos bien parados frente a ellos. En este sentido hay una crisis en los adultos que no son capaces de acompañar a los chicos en este proceso de la manera adecuada. Los papás deben tener una supervisión amorosa de la vida del adolescente que implica que el hijo les informe a dónde va, cuánto va a tardar, si va a llegar tarde, o si se va a quedar en algún lado.
Hay que tener reglas mínimas con los adolescentes, y también manejar la capacidad como padres de «bancarse» la confrontación con los hijos; sin intentar negociar lo innegociable, porque a esa edad hay cosas que no se negocian: horarios, compañías, determinadas salidas, entre otros aspectos.
Claro que los padres también tienen que ser flexibles y amorosos con sus hijos en esta etapa, pero no por ello dejar de ser firmes.
Leemos en El Eco de Tandil, una nota realizada al Psicólogo, Licenciado Adrián Córsico, donde podemos ver que en parte el origen de esta «competencia» entre padres e hijos, se ha convertido en una pulseada entre «pares». Para el profesional, la adolescencia es una etapa de transición entre la infancia y la edad adulta, donde las responsabilidades pasan a ser otras y donde poco a poco se van dejando a un lado aspectos que se relacionan con el núcleo familiar, del que dependían fuertemente durante la infancia.
Además de tener pacientes durante esa fase, también recibe consultas de personas de 27 años, aproximadamente, que concurren porque ¡…algo está pasando!…. Y en ese ¡…algo está pasando!…, una de las patologías que el licenciado ve más frecuentemente en las consultas, se relaciona con el estiramiento de la etapa de la adolescencia, que atribuye básicamente a tres cuestiones.
- Primero, una distancia simbólica que el chico establece con sus padres.
- Segundo, un guión aprendido, un discurso de violencia que los adolescentes absorben de su entorno. Y un
- Tercero, vinculado a las conductas de consumo.
Por último, Córsico se refirió a la importancia de instituciones en el acompañamiento durante la adolescencia. También, hizo hincapié en los embarazos de adolescentes, problemática que durante los últimos años se ha incrementado. Según lo examinado, el Psicólogo mencionó que a la adolescencia se le puede dar un marco cronológico que se extiende desde los 12 hasta los 27 ó 28 años. Por lo tanto, se puede tomar este período de la vida como un tiempo de preparación para el final de la adolescencia, así como a la infancia se la considera como la preparación para la adolescencia.
Por lógica, cada uno de nosotros sacará sus propias conclusiones, pero resulta evidente que en una sociedad donde los padres se sienten adolescentes, será muy complicado que puedan controlar a sus hijos que, con mucha menos experiencia de vida, se encuentran sin contención ante el primer problema grave que se le presenta.
De pequeño, aprendí que cuando sembrábamos la semilla de un árbol, al tiempo debíamos controlar que su crecimiento sea hacia arriba y no a los costados.
Quizá, algunos padres antes de sembrar la semilla, deberían preguntarse si están preparados para seguir el crecimiento del árbol, porque si crece para los costados ya no se lo podrá enderezar.
El autor es: Locutor Nacional-Comunicador.
Capiovi Misiones, Argentina
DNI 7788556